La bulimia, más que un problema de alimentación

La bulimia es uno de los problemas de alimentación en auge hoy en día y tiene muy distintos enfoques como orígenes diferentes, y por lo tanto, intervenciones diversas.
Empecemos por aproximarnos a lo qué es y lo qué supone este grave problema. La bulimia se produce cuando la persona afectada come de forma impulsiva y sin control cantidades exageradas de alimentos, generalmente de elevado poder calórico, obteniendo una reacción de culpa que le hace vomitar, casi de inmediato, lo ingerido. Subyace un tenor exagerado a engordar con una distorsión de la percepción del propio cuerpo, que no agrada.

Es normal que existan ciclos donde la ingesta excesiva es predominante y se combina con periodos donde se está en situación anoréxica, con muy escasa ingesta. La anorexia y la bulimia son de forma práctica dos caras de la misma moneda.

Por regla general, el denominador común de la bulimia es la compulsividad, generada en una baja autoestima y elevada inseguridad, produciendo un estado de obsesión que se focaliza y centra no tanto en la forma de comer, sino que en las cantidades y alimentos que se sabe a priori, son negativos.

La compulsividad suele ser el centro del problema, que brota como consecuencia de problemas nerviosos que desencadenan ese tipo de reacciones cuyo final es comer y cuanto más mejor.

Resulta evidente que en cualquier problema de este tipo, realizar un enfoque correcto del problema y conocer su real dimensión, es un poco la clave para un tratamiento exitoso.

Cada vez que se tiene alguna dificultad o problema o nos sentimos mal, se produce un impulso irrefrenable de ir a la nevera o a dónde sea y comer algo, generalmente dulce.

La ingesta de dulce produce una reacción casi inmediata sobre el sistema nervioso central, aplacándolo, y ofreciendo la sensación de plenitud y saturación. Esta reacción suele durar como 20 minutos, tiempo que nuestro organismo invierte en digerir lo ingerido. El paso siguiente, obviamente, es la necesidad imperiosa de volver a aplacar ese insaciable sistema nervioso precisando nueva ingesta.

La realidad es que no es el sistema nervioso el que incita a la ingesta de comida, de dulces, sino que somos nosotros los que estamos habituando a nuestro sistema nervioso a ese tipo de reacciones que se producen cuando existen instalados en el inconsciente otros problemas no resueltos, como la inseguridad y baja autoestima. Esos problemas van unidos a factores externos estresantes que producen el tipo de reacción en cadena descrito someramente.

Para resolver la situación se hace imprescindible abordar de forma clara y contundente esos problemas antiguos, todavía sin cerrar, que son los que lo desencadenan. Al cerrarse estos problemas remotos todo el resto se va recomponiendo de manera que nuestras actuaciones inconscientes van siendo más lógicas y naturales, reconduciendo a nuestro inconsciente a una ingesta en la que comienza a predominar el sentido práctico de comer sano, en lugar de comer mucho.

En los casos en que la bulimia va acompañada de rituales, como por ejemplo, realizar abdominales, caminar una cierta distancia, la simple acción de vomitar, hacer bicicleta estática durante un tiempo concreto, siempre seguido al de la comida, esos rituales van cediendo, se van reduciendo a medida que el tratamiento avanza. Lo mejor de todo es que después de comer va apareciendo como una especie de desgana, un sentimiento de apatía, a la hora de hacer esos rituales que a su vez irán reduciéndose en intensidad o duración. Esta es la reacción correcta.

Nuestro inconsciente empieza a aceptar nuestro cuerpo, comienza a verlo de otra forma, y en consecuencia las actuaciones compulsivas y de ritual van perdiendo fuerza.

Hay un posible enfoque, muy especialmente cuando es la anorexia el foco principal más que la bulimia aislada, que se suele ignorar o dejar de lado, por la tremenda complicación que lleva implícita. Freud, ya en 1.905, establece que para que los estados de anorexia nerviosa y bulimia, se disparen ha de haber habido una agresión sexual, generalmente en la infancia. Años más tarde cuando el niño, o la niña, identifican aquello que ocurrió se desata todo este proceso de anorexia-bulimia, que presenta tantas aristas que complican la intervención. Esta teoría ha sido ampliamente demostrada, incluso con investigaciones previas a su elaboración, y sigue vigente.

Para abordar estas situaciones hay que dejar claro desde el principio cual es el origen real y remoto de esta grave distorsión. Si ha habido agresión, el tratamiento deberá enfocarse desde este ángulo. Si queda claro que no la ha habido, el enfoque ha de hacerse desde el prisma del trastorno obsesivo-compulsivo ya mencionado.

Si nos encontramos con casos de anorexia nerviosa, que implica agresión sexual, aunque solo consideremos el aspecto bulímico, debe abordarse desde la óptica de comprender que el paciente no tuvo ni tiene culpa de lo sucedido, ya que esa sensación puede convivir almacenada durante muchísimos años. Existe un futuro esperanzador basado en la superación de esas sensaciones redirigidas y reconstruidas adecuadamente.

La delicadeza de este problema, que es enorme, no exime para nada de que sea abordado inexcusablemente desde la realidad de los hechos, si es que deseamos que la persona que tenemos delante resuelva su situación.

En mi criterio no resulta nunca conveniente tratar de instalar una dieta por adecuada que sea, tanto si se trata de reducir como si se trata de elevar el peso. Los verdaderos orígenes de la situación presente son los que hay que resolver y para esta feliz resolución no hay nada mejor que establecer pactos con el entorno, familia próxima, amistades, etc. Estos consisten en no comentar lo más mínimo acerca de la comida, tanto si es mucha como si es poca, ni hacer referencia a la silueta, la gordura, la delgadez, ni siquiera a favor o en contra, pues sólo sirven para recordar que se tiene un problema y que está ahí, sin resolverse.

La intervención en línea terapéutica ha de resolver estas situaciones pero de forma suave e inconsciente, a salvo de comentarios que, aunque estén hechos desde el cariño y el afecto, sólo sirven para destruir y nadie se imagina hasta qué punto.

En los tratamientos es bueno darles un escrito en el que se describa qué es y qué se está tratando de lograr, para que lo entreguen en casa, y los del entorno lo sigan hasta donde les resulte posible. Los resultados van a verse de inmediato, cuanta más colaboración haya en el entorno, más efectivo será.

Hay que tener en cuenta que al hablar de estos problemas y distorsiones cognitivas y conductuales, casi nada es lo que parece. La expresión externa de un hondo problema interno no coincide ni en la forma, muy especialmente, ni en la forma. Los especialistas conocen bien esas diferencias y deben ser capaces de tratarlas.

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